miércoles, 4 de septiembre de 2013

La Retaguardia de Expaña

En fin —dijo don Quijote—, bien se parece, Sancho, que eres villano y de aquellos que dicen: «¡Viva quien vence!»
Hubo un periódico que estuvo entre los tres o cuatro mejores de España y que pudo haber llegado a ser el mejor. Poco le faltaba para ello y ahora ya se entiende que se quedara a las puertas.
En la actualidad se ha convertido en un panfleto, en un órgano de propaganda del poder, en un firmante sumiso de editoriales conjuntos, en una caricatura de sí mismo.
Hay profesionales con gran dominio del oficio, con indudables dotes literarias, con una notable agudeza para captar lo que sucede, dedicados a reescribir la historia una y otra vez, como si fuesen personajes de la gran novela de Georges Orwell.
Y hay un público que asiste al deprimente espectáculo no partiéndose de risa, tampoco llorando de pena, sino aplaudiendo y dando todo eso como normal, correcto y adecuado.
Es la viva imagen de la decadencia. Es el derrumbe total. Caen los pedazos lentamente, parsimoniosamente, como si estuviera escrito en el destino que las cosas han de ser así, y el público se abraza emocionado confundiendo el desplome con una resurrección.
No pensemos en Suiza y sitios así, en donde se producen las verdaderas carcajadas.
Hubo un Grande al que cada vez se le ve más pequeñito, más pequeñito, más pequeñito, más pequeñito.
Es el vivo ejemplo de que en esta vida no basta con tenerlo todo, incluso el dinero. Hay cosas que no se compran ni se venden. Se consiguen mediante la voluntad.
A menudo recuerdo el poema de Victor Hugo Sur une barricade, en el que un niño de doce años regresa a que lo fusilen, por que había dado su palabra. Este niño sí que es un grande, y las mayúsculas se las pasa por el forro.

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