La
invocación al diálogo viene siendo una constante en la democracia,
lo cual viene a ser una redundancia, puesto que la democracia se
construye sobre esa base.
Ahora
bien, ¿por qué se habla tanto del diálogo entonces? Quizá porque
España es, todavía, una democracia sin demócratas. Un demócrata
no nace, se hace. Y aquí todo el mundo se cree que por el hecho de
ir a votar ya es demócrata. Y esos que no son tan demócratas como
se creen piden que se incumpla la ley, cuestión esta que no sólo es
antidemocrática, sino también delictiva. Hay que recordar esto.
Ernest
Lluch fue asesinado por Eta. Vilmente asesinado, como es lo usual en
los etarras. Y en su funeral la locutora se saltó el guión para
reclamar diálogo con los asesinos, puesto que la apelación al
diálogo era una constante en el asesinado.
Sin
embargo, creo que procede poner esto último en duda. Es muy posible
que en lo que respecta al catalanismo no fuera tan dialogante. No es
descabellado suponer que en este punto fuera dogmático. Estuvo en
Valencia y logró tener en muy poco tiempo un nutrido grupo de
discípulos de los que puede decirse que sienten devoción por él.
Consideran su discurso como dogma de fe. Y he aquí pues que los
catalanistas de Valencia y que por esto mismo deben de ser devotos de
Ernest Lluch y de su advocación al diálogo le hicieron la vida
imposible al profesor Antonio Ubieto, hasta el punto de que tuvo que
irse de Valencia. No les interesaba dialogar con Antonio Ubieto.
O
sea que los mismos que invocan el diálogo demuestran que siempre no
es posible. Hay cuestiones sobre la que no se puede mantener ningún
diálogo. Eso significa que hay convenir en un marco de cosas sobre
las que se puede hablar y todo lo que quede fuera del marco queda
fuera también del posible diálogo. Pues ese marco es la ley. Y lo
que hacía Antonio Ubieto estaba dentro de la ley y lo que hacen los
etarras está fuera de la ley. Y lo que hace Mas.
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