Fresco todavía el gran logro de ese deportista ejemplar cuyo nombre no es necesario hacer constar, puesto que está en boca de todos, y que se debe principalmente a que tiene la cabeza mejor amueblada que todos sus competidores, no está de más recordar a ese otro deportista legendario, conocido como Federico Martín Bahamontes, o Bahamontes a secas, cuyas gestas, si hubiera corrido en los tiempos actuales con controles antidopaje y cámaras de televisión por todos lados, habrían sido muchas más.
Supera de largo los noventa años y eso viene a un dato valioso acerca de su relación con las drogas. O sea, inexistente. En su tiempo no había controles, por lo que sus rivales podían tomar lo que les diera la gana. Contaban los comentaristas de la época que uno de sus rivales gozaba de una naturaleza prodigiosa, porque había estado de juerga hasta las dos de la noche y al día siguiente había ganado la contrarreloj. Ah, pero ese corredor dotado de tal prodigiosa naturaleza murió rondando la cincuentena. Y más o menos ocurrió lo mismo con muchos otros de sus competidores.
El mismo Bahamontes lo hacía notar en una entrevista reciente: «De todos aquellos sólo quedo vivo yo, ¡por algo será!». Tampoco tenían que esconderse para doparse, puesto que no estaba prohibido y ese detalle no se le pudo escapar a él, que estaba en medio del pelotón.
Al no haber cámaras de televisión siguiendo la ronda se podían hacer otras trampas. Podían meter en una furgoneta a un ciclista en una zona sin público y bajarlo una vez pasado el puerto de montaña en otro lugar discreto. Estas cosas se hacían entonces, porque era posible y a Bahamontes le propusieron que se nacionalizara francés. Si lo llega a hacer habrían preparado recorridos a su medida, con muchos finales en alto, para que ganara el Tour con horas de ventaja sobre el segundo clasificado.
Tampoco contó jamás con un disciplinado equipo para ayudarlo. En muchas carreras eran sus propios compañeros de equipo quienes le atacaban.
Sólo ganó una Vuelta a Francia, pero pudo haber ganado ocho.
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