Es
muy fácil habler bien de Nelson Mandela. Todos lo hacen. Incluso los
hay que lo llaman con el cariñoso apelativo de Madiba.
Más
difícil es imitarle. Y ese sería el verdadero homenaje que se le
debería hacer. Si cada uno tratara de asumir como propios los
principios que inspiraron la vida de Nelson Mandela, no cabe duda de
que el mundo mejoraría a la velocidad de crucero.
Lo
que ocurre, sin embargo, es que quienes medran merced a su habilidad
para azuzar el odio entre unos y otros, incluso tratando de reabrir
heridas ya cerradas, o intentando mantener vivos odios seculares,
vienen ahora a glosarnos la vida de Mandela y a explicar que es un
ejemplo. Es cierto, pero ellos son los primeros en no seguirlo.
Fue
un hombre, este negro con el alma tan grande, que fue tentado por el
odio, de forma muy sugerente y continuada a lo largo de muchos años.
Y supo resistir a esa tentación de odiar. De modo que esos que se
empeñan en recordar la batalla de Almansa no deberían hablar de él
en términos elogiosos sin hacer antes propósito de enmienda.
Burlar
las leyes, o saltárselas o interpretarlas según convenga tampoco es
un buen homenaje a Nelson Mandela, que pasó tantos años en la
cárcel en penosas condiciones. Unos van a la cárcel por una causa
justa y otros se saltan las leyes, porque pueden y gozan de
impunidad. Eso es una burla. Quizá algunos de quienes actúan así
engolen la voz para hablar de Mandela.
Otros
incitan a saltarse esas mismas leyes que les permiten estar en las
condiciones en que están. Me refiero a los nacionalistas que hoy se
niegan a celebrar la Constitución. Eso es odio puro, gratuito y
generado por el interés. Nada que ver con Nelson Mandela. No me
extrañaría nada que Otegui, Arzalluz, Azpiazu, Mas, Duran Lleida,
Eguiguren, y otros aparecieran alabando a Mandela.
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