Sufrimos una crisis brutal, que dejará
en juego de niños la que desencadenó el nefasto Zapatero, mayordomo
de Maduro en los últimos tiempos, a consecuencia de una pandemia que
ha venido a demostrar que tenemos el peor gobierno de todos los
posibles, y al que, además, por su propia naturaleza le resulta
imposible alcanzar los necesarios acuerdos con la oposición, y la
clase política, en general, esta vez sin distinciones de ningún
tipo, no está dispuesta a hacer sacrificios.
En realidad, unos pocos concejales, del
PP, por cierto, de un pueblo pequeño, han renunciado a sus sueldos
durante dos meses. La pregunta que suscita esto es: ¿cómo es
posible que los concejales de los pueblos pequeños cobren sueldo? Ni
los de los grandes deberían cobrar tampoco, salvo que para poder
ejercer sus cometidos tuvieran que renunciar temporalmente a sus
trabajos anteriores, y en este caso su salario como concejal
estuviera fijado por ley para toda España y en ningún caso pudiera
ser superior a lo que el interesado ganaba en su trabajo habitual. Lo
mismo debería regir para los alcaldes.
El hecho de que estos cargos estén
remunerados convierte a los políticos en esclavos de los directivos
de los partidos y al mismo tiempo los alejan de los ciudadanos a los
que deben representar y por los que dicen que se sacrifican.
Si no estuvieran sujetos a un sueldo, los
políticos lo serían realmente por vocación, por sentirse capaces
de mejorar la vida de sus conciudadanos. Los directivos de los
partidos no tendrían fuerza para darles órdenes que contravinieran
los ideales y los estatutos de sus formaciones políticos. Florecería
un buen número de políticos honrados y competentes y los ciudadanos
observarían la política con mayor madurez y con más lejanía del
sectarismo inmaduro.
Naturalmente que todo ese estado de cosas
tendría repercusión en las altas instancias políticas. Los
presidentes del gobierno y los ministros tendrían que estar a la
altura de esos alcaldes y concejales altruistas.
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