Nunca traté a Anguita, pero de sus
apariciones en la televisión y lo que cuentan de él deduzco que fue
uno de los pocos comunistas que cultivaron la cordialidad y también
uno de los pocos que jamás pretendió engañar a nadie. Una de las
escasas excepciones que confirman la regla.
El suyo era un mundo imaginario, regido
por la estrafalaria idea de que el comunismo puede servir para algo
bueno, lo que llevaba a idealizar a dictadores sanguinarios y no ver
la realidad: Con motivo de unas sanciones que Estados Unidos impuso a
Cuba, Fraga, como presidente del gobierno regional gallego, desafió
al gigante americano y se personó en la isla caribeña, para
mantener vivos sus lazos con España, y le hizo entrega a Fidel de un
donativo para los cubanos, en marcos alemanes, no en dólares
estadounidenses. Castro quiso agradecérselo devolviéndole la casa
familiar que le había confiscado tiempo atrás, lo cual rechazó.
Anguita comentó el asunto diciendo que no se imaginaba que Fraga
pudiera abrir la boca ante Castro, porque éste era una fuerza de la
naturaleza. No se dio cuenta de que Fraga también lo era, como lo
prueba el gesto comentado. Ahora bien, por mucha admiración que le
tuviera, es imposible imaginar a Anguita en plan sanguinario.
Otra idea estrambótica suya era
considerar al comunismo como sinónimo de honradez, lo cual es
imposible como viene demostrando la historia y también la teoría,
porque el poder corrompe. El caso es que personalmente llevaba esa
honradez hasta límites extremos, lo que indudablemente generaba gran
incomodidad en sus correligionarios. Tampoco es posible imaginarlo
con una mansión como la de Galapagar.
En una tertulia de televisión, creo que
con Hermida, desveló el ideal de la gente sabia de Córdoba: una
casa solariega con nutrida biblioteca, una paga que permitiera vivir
con desahogo, pero no excesiva, para no generar inquietudes
inversoras, y una asistenta que lo hubiera visto nacer.
Una
de sus extravagancias más sonadas
es
la de que Heráclito fue el primer progresista de la historia.
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