Para poder decir lo que se piensa en
cualquier lugar dominado por los nacionalistas hay que echar mano del
heroísmo. Los nacionalistas, Guardiola por ejemplo, siempre tienen
la palabra democracia en la boca, pero cada vez que la usan hay que
entender que es un eufemismo.
Ese Guardiola, por ejemplo, defiende su
derecho a lucir el birrioso lazo amarillo, o sea, se cree con derecho
a insultar a los demócratas, pero no cabe esperar de semejante
demócrata de pacotilla que defienda el derecho de Karl Jacobi a
decir la verdad, o sea, que el nacionalismo está arruinando a los
catalanes y que quienes han infringido las leyes deben ir a la
cárcel. Debería saber ese insultante Guardiola que la impunidad es
propia de las dictaduras y que en democracia rige el imperio de la
ley.
El nacionalismo siempre es violento,
física o moralmente. Ha generado varias bandas terroristas en
España, a las que ha dotado de coartadas. En el plano moral, ya se
ve que los nacionalistas tienden a apoderarse de la calle y en donde
lo consiguen muere la libertad. Hay que someterse a ellos de modo
rotundo o sufrir las consecuencias.
Hay que ver los tuits que le han dedicado
los nacionalistas a este alemán ejemplar radicado en Cataluña para
comprender el grado de depravación que consigue el nacionalismo en
aquellos que abrazan esta doctrina. La degradación moral de los
autores de esos tuits con los que se pretende acallar a quien ha
osado decirles lo que merecen es palpable. Se da la circunstancia,
además, de que algunos de esos personajes que lo insultan reciben
grandes subvenciones, lo que significa que Karl Jacobi y yo mismo
contribuimos con parte de nuestros impuestos a pagarles esas
cantidades. O sea, no tienen vergüenza.
Algún alemán, que también opina que
quienes han infringido la ley han de pagar por ello, se refiere a lo
que ocurre entre Cataluña y el resto de España. No es correcta esa
apreciación. Hay que preguntarse cómo se ha llegado a esa
situación: pues haciendo concesiones a los impresentables
nacionalistas.
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