Feijóo ahora ve posibilidades de que la moción de censura tenga éxito y está sondeando a los partidos que apoyan a Sánchez, esos mismos partidos que no deberían ser legales y que durante todo el tiempo no le han dado ni agua. Eso es como meterse en una trampa de la que luego no podrá salir. El error del PP fue elegir a Feijóo, cuando quien se había merecido el cargo era Ayuso. Decía Chesterton que la mediocridad seguramente consiste en estar cerca de la grandeza y no verla.
Feijóo llega con el pasado nacionalista, al que se acostumbró en Galicia y ese pasado lo lleva una y otra vez a coquetear con los sinvergüenzas que dieron el golpe de Estado y con los no menos sinvergüenzas que los aplaudieron. Con esa gente no se puede ir ni a la esquina a comprar tabaco, pero hay quien está empeñado en darle ánimos al Felón, en hacerle ver que no está todo perdido. Lo que ha puesto de manifiesto este gobierno canalla y desastroso es que el sistema político español no sirve, porque está lleno de trampas y cualquier cantamañanas, como el propio Felón, las puede utilizar en su beneficio.
Si
hay algo que distingue al candidato popular es su falta absoluta de
chispa. Decían de Leopoldo Calvo-Sotelo, seguramente el presidente
más culto que hemos tenido, que sabía verlas venir y dejarlas
pasar. No era tan valiente como Suárez y Gutiérrez Mellado, pero sí
que las veía. También las veía Adolfo Suárez, que le plantó cara
a Tejero, y antes a Jacques Chirac, que después de fanfarronear con
los vinos franceses le preguntó que cuál quería, y nuestro
presidente le respondió: un vaso de leche.
Da vergüenza pensar
en Feijóo y recordar algunos políticos de antaño, o sea, solo los
dos citados. Ayuso sí que podría estar a su altura, porque ha
demostrado que tiene coraje y sensatez.
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