No cabe duda de que a mucha gente le debe
de parecer imposible que el PSOE desaparezca, pero precisamente ese
pensamiento es lo que mejor puede facilitar que ocurra. Lo ocurrido
en Francia debería servir de aviso.
Por otra parte, el primigenio PSOE ya
desapareció, puesto que fue engullido por el invento de Felipe
González, aunque al nuevo partido resultante se le colaron dos malas
hierbas a las que habría sido mejor cortarles el paso radicalmente.
Pero el otrora conocido como dios por sus compañeros del partido
siempre ha tenido más soberbia que talento.
Esas dos malas hierbas son el sectarismo
y el nacionalismo. Ambas pueden acabar con el partido en menos que
canta un gallo y con Pedro Sánchez a los mandos el peligro es
máximo.
Todo el mundo pudo ver que con tal de
acceder a la presidencia del gobierno estaba dispuesto a lo que
fuera. En la primera ocasión, sus propios compañeros del partido le
tuvieron que apartar de la Secretaría General para evitar males
mayores, puesto que estaba dispuesto a pactar con Podemos y los
nacionalistas. La segunda tuvo lugar el 2 de octubre, cuando se lanzó
con todo al cuello de Rajoy, en apoyo de los nacionalistas y
secundando a Podemos. Esta vez fue el Rey, con su discurso del 3 de
octubre, el que salvó los muebles.
Desde entonces está más callado, porque
al contrario que Podemos, que se ha lanzado a erosionar la monarquía,
porque es el baluarte más firme del sistema que quieren derruir, un
Secretario General del Partido Socialista no se puede permitir ese
lujo.
Pero en Pedro Sánchez se destacan su
sectarismo, puesto que todo el bagaje ideológico que exhibe es el
odio a la derecha, y el sectarismo es inequívocamente
antidemocrático, y la sumisión al nacionalismo, que es incompatible
con la democracia. Por esos caminos se dirige hacia la nada.
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