Alguno ha dicho que hay que salvar al
catalanismo del independentismo, como si una cosa no condujera
necesariamente a la otra. Tampoco se ha dado cuenta de que primero
tendría que explicar, si es que puede, para qué sirve el
catalanismo.
El ser humano, en un buen número de
casos, tiene tendencia a complicarse la vida, a irse los cerros de
Úbeda, en lugar de preocuparse por lo que realmente importa, que es
el bienestar. Catalanismo, indigenismo, animalismo… son conceptos
que no aportan nada al género humano. El españolismo es un cutre,
como todo lo suyo, invento de los nacionalistas y el madridismo tenía
que ver con el fútbol, que no deja de ser un entretenimiento como
otro cualquiera, aunque los que no están muy bien de la cabeza
quieran darle otra dimensión. Sería divertido que hicieran algo
similar referido a Guadalajara, ahí sí que les saldría un buen
trabalenguas.
Hay personas a las que les gusta vivir a
costa de los demás y para ello necesitan desviarlos del que debería
ser su objetivo: intentar vivir del modo posible sin perjudicar a
nadie y para conseguir eso hay que procurar la unión de todos en pos
del bien común. Ahí aparecen los sembradores de odio, que pretenden
su beneficio particular a costa de los más tontos. Les llenan la
cabeza de grillos y, luego, a un grillo metido en la cabeza de un
tonto no hay quien lo saque.
Tenemos, por ejemplo, el concepto
catalanismo, que no tiene base alguna en la que sustentarse, tenido
por serio y razonable por personas que se las de intelectuales. Un
catalán, pongamos que se llama Francisco Carreras, viene a ser
parecido a un murciano, un asturiano, o un belga.
El catalanismo no sirve para nada bueno,
sino para que algunos catalanes piensen que por serlo tienen más
derechos que los demás. Si en lugar de derechos hubieran dicho
obligaciones la cuestión sería distinta. Y es que mientras los
mayores hablan de obligaciones los niños lo hacen de derechos.
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