Hubo
señoras que fueron objeto de mi admiración. Se
postulan
como si poseyeran
ciertas cualidades y las
creí. Pero ocurre que en realidad son arbitrarias y caprichosas, o
sea, adocenadas.
En cambio, Cayetana nunca me llamó la
atención, no me resultó simpática, ni tampoco antipática. Creo
que los intereses en la vida, no políticos, de ella y mío discurren
por caminos distintos. Me explicaré: no creo que ella sea capaz de
escribir un libro como ‘Aceptar el destino’. Y tampoco que su
lectura le proporcionara algún tipo de emoción.
Pero su entrada en la política, con un
papel relevante, ha hecho que de pronto su persona cobre interés
para mí y además que me genere optimismo. Y esto es así porque la
derecha se dejó acomplejar en los primeros tiempos de la Transición
y no ha sabido sacudirse ese complejo de encima. Y ha llegado ella
diciendo las verdades, sin reprimirse, ni retractarse. Pocas personas
se han dado cuenta, como es su caso, de que la fuerza del PSOE no
proviene de su ideología, sino del sectarismo, y esto lo invalida
como demócrata.
El PSOE sostiene a un presidente del
gobierno que manosea y pervierte el concepto de la democracia y pese
a eso todos sus afiliados se muestran dispuestos a llegar hasta el
final con él.
Cayetana
no es una de esas políticas, o de esos políticos, cortados
por el mismo patrón, fabricados en una de las factorías al uso.
Tiene
su
propio estilo, cuya carta de presentación es
que no se arruga. Y
hace muy bien, porque llamando al pan pan y al vino vino. Al
no aceptar el marco mental en el que los impostores plantean el
juego, sus costuras han de saltar. Ese
‘tía’ con que saluda a quien no sabe hacer la ‘o’ con un
canuto, y ese modo de parar los pies a quien hace honor a su estirpe
resultan
muy gratificantes y convenientes en la política.
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