En contra de que lo que se pueda pensar
en un principio, no hay indicios de que en las embajadas se estudien
los pormenores de los países en que están enclavadas, sino que todo
apunta a que se limitan a defender, egoístamente, o sea, sin
excesivos miramientos, sus propios intereses nación.
Esta falta de delicadeza quedó clara
cuando un país tan orgulloso de sí mismo como Francia cometió la
bajeza de proteger en su territorio a los etarras. Si Francia no se
hubiera comportado de un modo tan infame no habrían surgido los GAL,
sin que eso signifique que tenga toda la culpa, porque el gobierno
español tampoco debió caer tan bajo.
Ahora tenemos otro asunto más o menos
parecido, en cuanto a torpeza se refiere, y es la anunciada visita de
Puigdemont a Copenhague, de la que no sólo cabe destacar el hecho de
se le vaya a recibir, sino que además, en un alarde de mala
educación y estupidez, los organizadores han mandado una invitación
para acudir al acto a la embajada española. Supongo que habrá ido
directamente a la papelera.
Se conoce que el entorno de Puigdemont en
Bruselas, porque su partido en España debe de estar deseando
desembarazarse de él cuanto antes, mendiga sin cesar ante los
parlamentarios europeos, para que le concedan algún acto de relieve,
con el fin de que los medios no se olviden de él, lo cual
inevitablemente tendrá que ocurrir.
Si percibe algún riesgo en su
desplazamiento a Dinamarca, puede apostarse a que no irá, porque ya
ha demostrado que es un cagón.
Si finalmente va, porque le den garantías
de que puede hacerlo, su actuación servirá para seguir perjudicando
a Cataluña, para hundirla más económicamente y que un buen número
de catalanes se queden sin trabajo. Pero el hecho de que el gobierno
danés sea desleal no significa que todos los daneses sean tontos.
Verán lo que hay.
Por su parte, los psiquiatras de
Copenhague, cuando lo vean actuar y hablar, no tendrán dudas ya
acerca de él.
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