Ya
se va viendo desde hace tiempo que no es necesario ser una lumbrera
para dedicarse a la política, puesto que lo que más abunda entre
los que viven de ella es lo contrario, o sea, la obtusidad.
Se
puede entender que las cosas sean así, puesto que los políticos
deben hacer y decir cosas que entienda la mayoría, pero sí que
sería conveniente que no sólo fueran expertos en el peloteo y en el
manejo de los resortes del poder, sino que también fueran
conscientes de sus limitaciones y antes de pronunciar un discurso lo
consultasen con personas entendidas, para evitar decir burradas.
En
el caso de Esperanza Aguirre cabe la posibilidad de que las burradas
las dijese aposta, llevada por su afán populista y por su deseo de
seguir en el candelero, cosas estas que proporcionan un cierto poder.
Es
cierto lo que ha dicho de que el rechazo a los toros por parte de
algunos se produce por ser una fiesta española. No tienen en cuenta
que sólo hay una ciudad en España que ha tenido dos plazas de toros
al mismo tiempo.
Pero
eso de que los toros reflejen la esencia misma de nuestro ser
español, se lo debe de haber inventado ella. Yo no soy antitaurino,
pero nunca he ido a una plaza de toros a ver una corrida. No soy
partidario de los riesgos gratuitos, sí que entiendo que hay que
correrlos cuando es necesario, como fue el caso de Suárez cuando se
enfrentó a Tejero. Sí que me gustaría que se prohibieran de
inmediato los toros en calle, porque en ellos no hay arte que valga
para justificar la barbarie. En lo que respecta a las corridas, el
riesgo se ha minimizado bastante, porque quienes se enfrentan a los
toros son profesionales muy preparados y la medicina suele solucionar
los percances que se producen. La Fiesta se está muriendo ella sola.
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