Los supervivientes de esta pandemia, que
podría haber sido benigna, no le deberán gratitud al gobierno por
ello, porque si fuera por el interés que tiene en evitarlo no
quedaríamos ninguno, y el que sobreviviera moriría de hambre. Una
vez que el coronavirus se ha convertido en la preocupación principal
de los españoles, el gobierno bicéfalo ha tomado cartas en el
asunto con dos prioridades. La de Sánchez, convencer a los votantes
de que la culpa es de la derecha; la de Iglesias, hundir la economía.
La ocasión la pintan calva, digo con coletas. Conviene añadir que
estos indeseables que nos mal gobiernan, en estos tiempos que corren,
en los que no habrá dinero para pagar el paro ni las pensiones,
derrochan grandes cantidades en corromper a los medios, con el
evidente fin de que los ayuden a engañar a los votantes.
Nadie
se fía de los datos que da el gobierno, y es obvio que a éste no le
interesa llevar las cuentas claras, porque si lo hiciera quedaría
patente su falta de interés por las vidas y las carteras ajenas.
Dado
el clima benigno de que gozamos en España, la gente vive
prácticamente en la calle y la efusividad propia de las gentes del
Mediterráneo hace que se prodiguen los abrazos y las muestras de
afecto. Además
de eso, han tenido lugar en todas las ciudades españolas una gran
cantidad de actos multitudinarios, con
su consiguiente efecto propagador de la enfermedad. De
donde se deduce que el número de siete millones de infectados que
calcula el Imperial
College Business School no es tan descabellado. La
mayoría de los infectados ni siquiera sabe que lo está, y es
posible que dada la reclusión a la que se nos somete estúpidamente,
haya familias en las que todos sus componentes estén contagiados y
afortunadamente no lo sepan.
El
número de muertos, por supuesto que ha de ser muy superior al que
nos dan. España, que tiene el peor gobierno posible, debe de ser el
país con más contagiados y fallecidos del mundo, salvo China, cuyos
datos deben de ser todavía más falsos.
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