Zapatero es un señor al que todo le sale bien: al mismo tiempo que va sembrando la ruina para su público objetivo va llenando su cartera. El problema de la suerte es que lo mismo puede ser buena que mala y él no tiene un talento especial para verlas venir, si no que actúa según los medios. Está con Maduro una y otra vez, éste le enseña los mapas, o no hace falta, porque ya se ve que lo tiene todo controlado, y apuesta por él. Le manda a sus hijas para que hagan carrera en Venezuela.
Mientras tanto se le escapa que hay por ahí una María Corina que se opone al dictador y que desde su escondite es capaz de manejar un ejército formidable, con todos los adelantos técnicos que necesita, dispuesto a controlar las treinta mil mesas electorales. Y allá que van. Cuando el chavismo fue a darse cuenta ya era tarde. Ya sabían los de la oposición que habían ganado de forma clara y rotunda. Aquí hay algo que no está claro: ¿hasta qué punto fue capaz de enredar a Sánchez en su negocio? De momento, ni la ha felicitado por el Nobel, ni ha aplaudido su discurso, ni ha arremetido contra Maduro. Quizá esté contando los pajaritos que vuelan sobre su cabeza, que, dicho sea de paso, está totalmente vacía.
Y en estas que un buen amigo de Zapatero, al que ahora custodia la policía manteniéndolo entre rejas, reniega de todo e incluso de su amistad con él, lo conoce de correr. Pero lógicamente lo que dice hoy puede ser desmentido mañana, según le vayan poniendo pruebas delante de la nariz. En este caso ya puede recordar esto, aquello o lo otro. Los policías cobran poco, pero trabajan mucho y lo que se les escapa un día lo pillan al siguiente.
Pues bien, todos los que aparecen en este relato son carne de presidio. Otra cosa es que vayan.