Todas las belarras tienen los mismos objetivos -vivir a lo grande sin trabajar y mientras tanto ir haciendo daño-, idénticas ideas, por llamarlas de alguna forma, y similar capacidad intelectual, o sea, muy poca. Están divididas en varios grupos, también los belarros -de idéntica factura-, debido a las distintas estrategias para alcanzar sus objetivos, y por rencillas debidas a los celos y otras cuestiones que se sospechan, pero sobre las que no hay seguridad.
Esta belarra rubia, torpe, pero que no se chupa el dedo, estaba en el equipo de un macho alfa que, como también es un melón, pensaba que la tenía dominada, sin tener en cuenta el largo historial de traiciones del que ella podía presumir. Antes tenía la cabellera de otro color, y se vestía de guerrillera. En Madrid la han convencido, igual que a otras belarras, para que luzca un modelito distinto cada día y sonría al decir sus sandeces. No se sabe, al menos yo no lo sé, si por decisión propia o aconsejada, se ha teñido el cabello y ahora es rubia. Pero no es tonta por este motivo, sino que ya lo era de antes.
El otro macho alfa, que tiene instinto para detectar sinvergüenzas, se dio cuenta de sus dotes para la traición y la atrajo hacia sí, apartándola del otro, que no se lo tomó a buenas. Debe de estar rumiando la venganza, como una larga lista de personas. El caso es que este otro, Pedro Sánchez, vio que era proclive a obedecerlo, no como las otras que en el trato con él eran erizos, y le trazó un plan que contenía más vileza. Justo lo que a ella le gusta.
Mientras tanto, o desde que llegó a la capital, se procuró un piso enorme, pagado por todos los españoles, porque necesita espacio. Para guardar su colección de vestidos y para pensar en los pobres. En el modo de multiplicarlos concretamente.
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