martes, 21 de enero de 2020

El gusto de ser ‘fascista’

Vivimos unos tiempos tan fantásticos que en ellos se viene demostrando que el conocimiento que tenía Orwell de los comunistas era total y absoluto. Explicó las últimas consecuencias de su doctrina, que no son otras que la imposibilidad de revertir la situación una vez que el Mal ha alcanzado el poder absoluto, tal y como se explica en ‘1984’.
Y en esta etapa de la historia tan especial en que los amantes del pensamiento único etiquetan como fascistas a quienes tenemos la osadía de no someternos a sus directrices se nos llama fascistas. Es decir, por parte de ese sector de la población, que se ha demostrado nutrido, se considera fascistas a los demócratas, y ellos, felices en su unidad de pensamiento y en su deseo de acallar del modo que les sea posible, o sea, con impunidad, a quienes no se someten, se consideran a sí mismos ‘demócratas’. Hay que entrecomillar las palabras ‘fascista’ y ‘demócrata’ cuando se ponen en boca de los totalitarios, porque significan lo contrario de lo que dice el diccionario.
En ese juego por alcanzar el poder, por el simple placer de tenerlo y disfrutarlo, que caracteriza a los esclavos del Mal, los ‘demócratas’ tienen ventaja actualmente. Los demócratas, sin comillas, no adoran al poder, lo que pretenden es servir a la sociedad. Y aunque es cierto que los demócratas puros son escasos, sí que hemos conocido a muchos cuyas convicciones democráticas sí que han sido suficientes para no tener que ponerles las comillas. En cambio, en la actualidad tenemos un presidente del gobierno apoyado por presidiarios, rufianes, comunistas, terroristas y oportunistas de variado pelaje, que insta a la oposición a rendirse incondicionalmente, aunque, lógicamente, lo expresa en su neolengua. Sabe que su fuerza reside en el miedo que tienen sus aliados a que gobierne el PP, y eso es lo que permite cabalgar el tigre con desparpajo y suficiencia.
De momento, los ‘fascistas’ aún tenemos esperanzas, todavía no está todo podrido


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