martes, 28 de enero de 2020

La dimisión de Sevilla

Este exministro socialista se ha despabilado un poco. Lo digo porque en su día se creyó capaz de enseñar economía a Zapatero en dos tardes, sin tener en cuenta si el futuro educando tenía capacidad para ello y en el caso de que la respuesta fuera positiva si tenía interés, porque sus actividades actuales, y también las de entonces, dan a entender que no.
Dado que siente está con malas compañías, o sea, etarras (a uno de ellos le llamó ‘hombre de paz’), podemitas, Maduro y sus sicarios, delincuentes condenados a graves penas, cabe pensar que le van la sangre, el alboroto y la revuelta, es decir, la mala vida. Poco le podía importar la economía, puesto que sus designios eran otros. De hecho, bajo su mandato se produjo la Gran Catástrofe, de la que no es probable que nos recuperemos jamás.
Actualmente, parece ser que medita mejor las cosas, motivo por el cual se ha dado cuenta de que no le conviene la situación y ha dimitido. Hay que tener en cuenta que la medida no era fácil de tomar, puesto que su salario era voluminoso y se va sin indemnización alguna.
La cuestión es que le quieren obligar a tomar medidas que pueden ser lesivas para los accionistas, lo que hubiera mermado considerablemente su prestigio en el mundo en el que se desenvuelve.
Queda claro, por otra parte, que todas las convicciones democráticas de los integrantes de este gobierno se resumen en haber cambiado de sitio un cadáver. ‘Por sus obras los conoceréis’ dice la Biblia. Y las obras de estos consisten en el desprecio de la legalidad, en la burla a los ciudadanos, en tratar selectivamente a los delincuentes, en despreciar a las víctimas del terrorismo, y con ello a los ciudadanos, en abrazar a los pueblos oprimidos, como es el caso de Venezuela, etcétera.


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