Se puede explicar el declive económico de Cataluña con el simple auxilio de la lógica, puesto que es tan evidente que no tenía más remedio que ocurrir que sorprende que las propias fuerzas vivas de la región no hayan caído en la cuenta.
No hay peor ciego que el que no quiere ver y en este caso de comprueba que es así. No es que no lo haya visto una persona, que bastantes sí, pero son multitudes las que permanecen ciegas ante el caso. Sobre todo las que manejan más grandes cantidades de dinero. En ellas se da el caso de comienzan financiando la aventura y cuando la cosa se pone cruda, se fugan, pero desde el nuevo lugar siguen financiando. Hay un caldo derrotista en Cataluña cuyo único remedio parece ser la ruina, pero la de la región, no la de ellos, que se las arreglarán para seguir siendo los más ricos.
La ruina estaba cantada desde el momento en que los gobernantes dedican la mayor parte de sus energías a un asunto incontrolable, como es la lengua, y además hacen trampas con ella sin parar. Los millones derrochados en promover la lengua, sin que se haya conseguido que aumente el número de hablantes, sino todo lo contrario, tiene además unas consecuencias peores: el embrutecimiento de una gran cantidad de alumnos a los que se ha adoctrinado y confundido con mentiras de las más gordas. El adoctrinamiento ese propio de regímenes dictatoriales y resulta nefasto para los jóvenes, porque aparta de la investigación y el pensamiento crítico. Son motivos claros que llevan a la catástrofe, paso a paso, sin prisa, pero sin pausa.
Hay otra cuestión que conviene no perder de vista: el catalanismo es autodestructivo, como lo prueba su afición a celebrar derrotas y a incitar a otras regiones a que hagan lo mismo. Eso es fomentar el odio y el rencor. Si piensan que con eso se va a alguna parte...
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