miércoles, 16 de agosto de 2017

El indecente desarrollo del caso Juana Rivas

En un país democrático ha de cumplirse la ley, tanto si gusta como si no gusta. No lo digo yo, lo dijo Sócrates con motivo de la sentencia que lo condenó a muerte.
Han pasado suficientes siglos como para que lo entienda todo el mundo, pero hay molleras impenetrables. Todo intento de introducir la razón en ellas es vano.
La salud moral de un país se basa en el deseo de justicia, cuanto más grande sea éste entre sus ciudadanos, más sano es. Ese deseo de justicia se demuestra con el respeto absoluto a las sentencias judiciales, aunque no se esté de acuerdo con ellas. Los regantes valencianos también comprendieron eso. En el año 960, y ya han pasado siglos desde entonces, se fundó en Valencia el Tribunal de las Aguas, que se reúne todos los jueves. Todas, absolutamente todas, las sentencias emitidas se han cumplido escrupulosamente. Esto es la civilización.
Lo de desoír las sentencias judiciales, lo de pasar por encima de la justicia y trasladar los juicios a la calle, para que sean las masas las que juzguen, es la barbarie.
En el caso de Juana Rivas, además, se está haciendo mucho daño a una persona que, curiosamente, es el padre de los niños. Cuando lo vean, cuando los niños estén con su padre, la relación va a estar muy viciada. Los menores también pierden mucho con esto.
Estos asuntos deberían llevarse de manera discreta, como seguramente quiere la mayoría de los jueces, porque en los casos de divorcio siempre hay daños para todos, pero los más perjudicados son los menores. La primera obligación sería la de procurar que el daño fuera el menor posible. En este caso se han soprepasado todos los límites. …..Las secuelas resultantes quizá duren toda la vida a todos los afectados, sobre todo en los más indefensos.

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