jueves, 3 de octubre de 2019

Dicen que los vascos no se sienten españoles

Pues vaya tonterías que dice la gente. Yo me siento en la silla y soy español porque nací y vivo en España; al margen de esto, sé que lo que debo hacer, en cualquier lugar en el que resida, es cumplir con mis obligaciones como ciudadano.
El nacionalismo no aporta nada a la sociedad, solo es útil para unos cuantos despabilados que se sirven de esta ideología para lograr que grandes cantidades de personas voten en contra de sus propios intereses. Como cuando Pujol consiguió que los accionistas de Banca Catalana aprobasen la reducción del valor nominal de las acciones a cero.
El nacionalismo es una peste que recorre el mundo, haciendo mal el bien y bien el mal, y en España es particularmente nocivo. Curiosamente, el nacionalismo español es escaso, en comparación con otros. Los nacionalismos españoles son más bien periféricos.
Andan los retorcidos nacionalistas vascos cabreados porque Torra, o quizá fuera Rahola, o Puigdemont, o Junqueras, uno de ellos fue, se refirió a las muertes que causó ETA, esa banda que según Otegui hizo más daño del que tenía derecho a hacer. Este concepto, expresado tan cínicamente por el citado etarra, es propio de los nacionalistas, como se va viendo también en Cataluña.
Toda persona que se detenga a pensar en ello se dará cuenta enseguida de que sin el PNV la existencia de ETA habría sido imposible. Este partido proporciona coartadas morales a cualquier grupo que decida optar por la violencia. Arzalluz, predicando desde su púlpito, enardeció los corazones de muchos vascos cobardes y malos, a los que no les costó mucho ser comprensivos con los terroristas y bastantes de ellos los ampararon y escondieron.
El nacionalismo catalán también genera mucha violencia, moral y física y las gentes que pueden escapar de los ambientes opresivos de esas dos regiones, al instalarse en otras respiran libertad. O, dicho de otro modo, se sienten libres.

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