martes, 2 de junio de 2020

Hablemos de Cayetana


Hubo señoras que fueron objeto de mi admiración. Se postulan como si poseyeran ciertas cualidades y las creí. Pero ocurre que en realidad son arbitrarias y caprichosas, o sea, adocenadas.
En cambio, Cayetana nunca me llamó la atención, no me resultó simpática, ni tampoco antipática. Creo que los intereses en la vida, no políticos, de ella y mío discurren por caminos distintos. Me explicaré: no creo que ella sea capaz de escribir un libro como ‘Aceptar el destino’. Y tampoco que su lectura le proporcionara algún tipo de emoción.
Pero su entrada en la política, con un papel relevante, ha hecho que de pronto su persona cobre interés para mí y además que me genere optimismo. Y esto es así porque la derecha se dejó acomplejar en los primeros tiempos de la Transición y no ha sabido sacudirse ese complejo de encima. Y ha llegado ella diciendo las verdades, sin reprimirse, ni retractarse. Pocas personas se han dado cuenta, como es su caso, de que la fuerza del PSOE no proviene de su ideología, sino del sectarismo, y esto lo invalida como demócrata.
El PSOE sostiene a un presidente del gobierno que manosea y pervierte el concepto de la democracia y pese a eso todos sus afiliados se muestran dispuestos a llegar hasta el final con él.
Cayetana no es una de esas políticas, o de esos políticos, cortados por el mismo patrón, fabricados en una de las factorías al uso. Tiene su propio estilo, cuya carta de presentación es que no se arruga. Y hace muy bien, porque llamando al pan pan y al vino vino. Al no aceptar el marco mental en el que los impostores plantean el juego, sus costuras han de saltar. Ese ‘tía’ con que saluda a quien no sabe hacer la ‘o’ con un canuto, y ese modo de parar los pies a quien hace honor a su estirpe resultan muy gratificantes y convenientes en la política.


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