domingo, 22 de septiembre de 2019

La actitud de Torra

Digamos que el presidente del gobierno regional catalán, como tantos otros, es un elemento grotesco y estrafalario. Presume de desafiar al Estado, pero ejerce, aunque mal, de representante suyo en Cataluña y cobra de él. A esta clase de individuos se les conoce como fantasmas, porque presumen de lo que no son, ni pueden ser.
Es cierto que este asunto, por la particular y estúpida configuración política, ha llegado a ser muy peligroso para España y sigue albergando mucho peligro, pero todo esto se podría acabar pronto: bastaría con que el PSOE insinuase algo en este sentido para que el PP se adhiriese rápidamente a la idea.
El Estado es la totalidad de los ciudadanos que lo sustentan. Los políticos son los encargados de cuidar y proteger los bienes del Estado y cobran por ello. Son empleados de los ciudadanos. Todo lo que haga un político en contra del Estado que le paga es una traición. También es una traición, por dejación de funciones, permitir que otros actúen de forma desleal con el Estado.
Se está viendo en otras latitudes, en las que quienes promueven iniciativas lesivas para sus Estados, como la independencia de Escocia o el Brexit, o la independencia de Quebec, lo hacen todo dentro del más estricto respeto a las leyes y al orden constitucional.
Nada de eso ocurre en España y es lo que permite saber que los españoles, como
Torra u Otegui, que trabajan, es un decir, en este sentido, son peores personas que aquellos.
El bravucón de Torra, por otra parte, que tiene la pancarta en la que pide libertad para ‘los políticos presos’ y ‘los prófugos’, él lo dice de un modo más ridículo, los mantiene en la cárcel. No se ha atrevido a soltarlos.
De modo que si mantiene alguna comedieta, será por algún motivo que se nos escapa. O no.

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