sábado, 18 de noviembre de 2017

El juez belga

Me refiero, obviamente para los tiempos que corren, al juez que ha de decidir si extradita a Puigdemont y sus mariachis, o se los queda en Bélgica, que tampoco sería tan mala solución.
Si después de ver la catástrofe que ha propiciado Puigdemont en España los belgas desean quedárselo es porque les va la mala vida y contra eso no hay nada. Con respecto a sus dudas sobre las cárceles españolas, les sugiero un procedimiento más rápido y fiable para averiguar cómo son: que les pregunten a sus huéspedes si prefieren las belgas o las españolas.
Por su parte, el fiscal belga ha desestimado el delito de prevaricación, quizá porque los belgas van demostrando mucha afición a cogérsela con papel de fumar. Prevaricar consiste en dictar a sabiendas una resolución injusta. Puigdemont y sus mariachis, algunos de ellos en la cárceles españolas -y Junqueras dice que reza, pero no que pida perdón por sus pecados-, eran hasta su destitución los representantes del Estado en Cataluña, por tanto, si no han traicionado a la Constitución, y con ello a los españoles, incluso a los que les dan soporte, que baje Dios y lo vea. Ha traicionado incluso a Luis Llach o Guardiola, pero será difícil que estos dos y otros como ellos lo entiendan. Tampoco lo entiende el fiscal belga, y luego nos quejamos de la justicia española.
Lo del juez, el belga, por supuesto, ya es de otra dimensión. Quizá le guste el protagonismo, acaso disfrute con las payasadas de Puigdemont, quizá su peinado le haga evocar el de algún remoto amor suyo, cualquier cosa puede ser.
Tampoco hay que dejar de lado la posibilidad de que los habitantes de Bruselas se cansen del estrafalario personaje y sus acompañantes y se cabreen por el juez que insiste en dejarlo suelto por sus calles. Quienes sí respiran aliviados son los funcionarios de la cárcel a la que irá si finalmente es extraditado.

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