Es fiscal de carrera y exministro y su respeto que muestra por las instituciones de justicia es absolutamente nulo. Sus menosprecios al juez Peinado y los intentos de amedrentarlo por parte gubernamental y suya son constantes. Me refiero, obviamente, a Antonio Camacho, el abogado de la esposa del presidente, cuyo papel en la vida podría ser el de hacerlo caer del gobierno.
Los abundantes casos de corrupción del PSOE, junto con las manifiestas intenciones de este partido de tener todo bajo control, también las instituciones de justicia, al modo del gobierno de Maduro, demuestran lo necesario que es, para seguir disfrutando de la democracia, que tanto los jueces, como el fiscal general y los medios de comunicación sean totalmente independientes.
Fue Felipe González, que ahora teme que Pedro Sánchez acabe con su PSOE, quien arrebató a los jueces la independencia que les había otorgado la Constitución, y fue José María Aznar, incapacitado para la autocrítica, como se va viendo, quien incumplió su promesa de devolvérsela, con las funestas consecuencias que es incapaz de ver. Hizo otras muy gordas, pero esta es la de peores consecuencias. El ser humano está condicionado por su conveniencia, de modo que hay personajes clarividentes en otros asuntos que no ven los resultados nefastos de algunas de sus actuaciones.
Si la justicia hubiera conservado la independencia inicial toda la historia de España desde aquel momento habría sido diferente. No se habría producido la victoria de ETA, ni los casos de corrupción habrían sido tan desorbitados.
Total, que hemos llegado a un punto en que la justicia, que es la piedra angular de la democracia, ha de recurrir al heroísmo para hacer su labor. Eso por parte de los jueces que aman la justicia. Hay otros, bastantes, que se han dejado llevar por las olas de la ideología, y no están al servicio de la justicia, sino de la causa.
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