lunes, 25 de junio de 2018

La justicia no es lo que parece

Años atrás un Tribunal tuvo que absolver a un peligroso delincuente porque el sumario estaba pésimamente instruido.
La opinión pública no fue capaz de entender que por muy convencidos que estuvieran los jueces de la culpabilidad del reo no podían condenarlo sin pruebas. Con respecto a este caso, del que prudentemente no doy nombres, particularmente no me extrañaría nada que el juez instructor hubiera recibido algún tipo de premio por hacer un sumario que permitiera luego la exculpación. Ante la opinión pública este último quedó muy bien parado, a pesar de ser el culpable de que el otro quedara en la calle, y el Tribunal, que debió ser aplaudido por cumplir con su deber, siendo fieles al sentido de la justicia y rechazando la arbitrariedad, que nos pondría en peligro a todos, tuvo que sufrir las iras de la calle.
En estos tiempos que corren la situación es muchísimo más grave, y parte de la culpa la tiene el anterior ministro de Justicia, el infame Catalá, un baldón en el historial de Rajoy. Los jueces ya no pueden trabajar tranquilos, porque si no obedecen los dictados de la calle se dan a conocer sus nombres, sus domicilios, todo. La ley de Lynch ha vuelto. Y el personal que sale a la calle no se da cuenta de que esos jueces contra los que protestan defienden los derechos de todos. No puede ser que porque alguien diga una cosa otra persona vaya a la cárcel. Los hechos hay que probarlos. De no ser así nadie puede vivir tranquilo. Si los jueces han de soportar la presión de la calle y han de dictar sentencia con temor a la reacción de las masas, cualquier hábil manipulador puede hundir en la miseria para siempre a la más sana y bondadosa de las personas. Y viceversa, puede lograr la absolución de los salvajes de Alsasua.

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