viernes, 1 de marzo de 2019

En la muerte de Arzalluz

La pregunta que cabe hacerse cuando muere un canalla es: ¿para qué tanta maldad? Arzalluz se ha ido, pero el daño que ha hecho queda. No hay que escape de la muerte y nunca se sabe cuando va a llegar.
Le pregunté a cierto sujeto, fallecido hace ya muchos años, qué era lo que ganaba haciendo el mal. «Un beneficio espiritual», respondió. De ese estilo era Arzalluz, un tipo que si tenía alguna inteligencia estaba deformada por el odio. A quienes más daño ha hecho es a los vascos, puesto que es entre ellos donde ha surgido la serpiente etarra a la que él se encargaba de alimentar proporcionándole coartadas y complicidades de las masas a las que embrutecía con su verbo. Porque el peor daño que ha hecho Arzalluz es envilecer a los vascos que se han dejado.
Sabino Arana era todo odio y todo torpeza y Javier Arzalluz daba idea de ser más inteligente, pero luego sus discursos, sus actividades venían a demostrar que su odio era tan grande que no dejaba respirar a sus neuronas, hasta emborracharlas. Un tipo que en sus tiempos de Alemania exhortaba a los españoles que vivían allí a hablar en alemán y no en español no demuestra ser muy inteligente. Del mismo estilo es aquel aserto suyo en el que dijo que prefería a un negro, negro que hable euskera a un blanco que lo ignore. Estaba tan loco como Sabino Arana, era tan racista como él, y sentía el mismo odio.
Quien se ha dejado colonizar por el odio no puede sentir amor. Estos dos sentimientos son excluyentes, por lo que su supuesto amor a los vascos era falso de toda falsedad. Una engañifa para bobos. Tenía el mismo odio a los vascos, a los que enfrentó a unos con otros e intentó, con éxito en muchos casos, inculcarles su veneno, que al resto de los españoles.

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