sábado, 11 de mayo de 2019

En la muerte de Rubalcaba

Seguramente, el mejor servicio que prestó a España Alfredo Pérez Rubalcaba a lo largo de su carrera fue el de facilitar la abdicación de Juan Carlos I, ese señor obsesionado por cargarse la monarquía.
La noticia trascendió a los medios del siguiente modo: dada la lamentable situación en que se encontraban la Institución Monárquica española y el PSOE había que aprovechar que la Secretaría General de este partido estaba en manos de Rubalcaba para proceder a la abdicación, porque cuando estuviera en otras manos, y lo que se vislumbraba en el partido no presagiaba bueno, ya no respondían de lo que pudiera pasar. Afortunadamente, Juan Carlos I tuvo uno de esos episodios de sentido común, muy poco frecuentes en él, y abdicó.
Alguien que no tiene atributos para ello, porque es un sinvergüenza y un sectario, ha calificado a Rubalcaba como hombre de Estado. Como si lo hubieran dicho Otegui o Iglesias. Fue un esclavo del poder, como todos, salvo Adolfo Suárez, que fue esclavo de la misión que tenía encomendada, que era la de traer la democracia a España, y lo hizo, y arriesgó y su salud, primero para traerla y luego para defenderla.
De Rubalcaba, sus propios compañeros del partido decían: te das la vuelta y te la clava. Dicen que era muy inteligente, pero no lo debía de ser tanto, porque no se supo procurar un paso limpio a la historia. Resulta curioso, además, que Zapatero lo traicionara, porque cuando Merkel le ordenó que hiciera recortes, pero no le dijo donde, o sea, que podría haber eliminado esos chiringuitos en los que colocan a los amiguetes, lo pactó con Rajoy a espaldas suyas. Zapatero quería que Rubalcaba fracasara en las elecciones y así sucedió.
Y con todo esto, ocurre que somos muchos los que, presintiendo la victoria electoral del PSOE, habríamos estado tranquilos y conformes si al frente de este partido hubiera estado él. 

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