miércoles, 29 de mayo de 2019

Indigno Puigdemont

Por supuesto que la indignidad del citado fantoche, un prófugo gallináceo, émulo de Dencás, que se autoproclama presidente de Cataluña en el exilio, alcanza a todos los que de una manera u otra hacen posible que pueda seguir montando sus numeritos.
Él y quienes le mantienen a cuerpo de rey deberían saber que jamás podrá ser eurodiputado, motivo por el que no debió figurar jamás en las listas, hecho que solo ha podido servir para que los sinvergüenzas que le han votado demuestren su condición.
La naturaleza de quienes han hecho posible el purssès (disculpen si no atino con la grafía de esta variante dialectal que, por otra parte, se nos quiere imponer, de modo ilegítimo y ridículo, a muchos) catalán queda perfectamente definida en el chiste que transcribo a continuación, cuya autoría desconozco:
«Estaba un catalán en la playa mirando como su hijito jugaba con una palita en la arena, cuando de pronto viene una ola gigante y brrrroooouuuuum se lleva al niño.
El catalán levanta los al cielo y clama, indignado:
– ¡¡Señooor, no pots haserme eso a mí!! ¡¡Yo voto al partido de Jordi Puchol, pago las cuotas de Convergensia y Unión, voy a misa y pongo dinero al sepillo!!
¡¡Señoooor, brama furioso, devuélveme a mi niño!!
Y brrrroooouuuuum, llega otra ola gigante y aparece el niño en la arena.
El catalán se queda mirando al niño, vuelve los ojos al cielo: y pregunta a voz en grito:
-¡¡Señooor!!, ¿y la palita?».
Lo de menos es la tacañería final que justifica la historieta, lo significativo es la caricatura del catalán independentista que esgrime como mérito, nada menos que ante Dios, su fidelidad al Muy Honorable, ese que dijo ¿qué coño es la UDEF?, y de Ferrusola, la de «no tinim ni sinc». Un personaje de ese calibre no surge de la noche a la mañana, su degeneración solo es posible a través de muchos decenios. El despertar no puede ser más que brusco. A Puigdemont hay que ponerle una nariz roja.

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