sábado, 29 de abril de 2017

Puigdemont perjudica a España

¿Qué van a pensar por el mundo de España si hay un mentecato que va usurpando funciones que no son suyas, atribuyéndose derechos que no tiene y gastando alegremente un dinero que debería ser sagrado?
¿De qué seriedad puede presumir un país que consiente tales desafueros? Claro que se trata de un país enloquecido, porque aquellos señores que diseñaron el sistema en que el íbamos a vivir desde entonces, ya de modo democrático, otorgaron a los nacionalistas las armas que necesitaban para volver locos a todos los que pudieran. A los nacionalistas se han sumado luego los populistas y ya tenemos casi el manicomio al pleno. Y por si faltara poco, y como consecuencia de no haber establecido la separación de poderes de modo efectivo, a todo lo anterior hay que sumar la corrupción, que sería mucho menor en el otro caso.
Los nacionalistas prometen el cielo, pero procuran el infierno a quienes les votan. El nacionalismo es incompatible con la democracia. Los nacionalistas no pueden respetar las opiniones ni los deseos de quienes no piensan como ellos. A partir de esta realidad, se percibe claramente que la vida ha de ser cualquier cosa menos placentera en donde gobiernan ellos, puesto que el día a día consiste en la persecución al disidente; en la amenaza, el insulto y la marginación para quien se atreva a contradecirles. Resulta difícil imaginar que esto le guste a alguien, aunque la experiencia demuestra que no a pocos.
Puigdemont perjudica a España, pero a la región española que más daño le hace y en la que los efectos nocivos serán más duraderos es a Cataluña. Ya no sólo por las enemistades que ha hecho surgir entre unos catalanes y otros, por los rencores entre familiares, sino también porque a ver cómo pueden decir cuando viajen por el mundo que son catalanes. Los que están ahora por Marruecos tendrán que soportar que les pregunten, con guasa, por Puigdemont.


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