lunes, 21 de marzo de 2016

El odio a la Semana Santa

En tiempos pasados había que celebrar la Semana Santa por obligación y casi por decreto. En esa época se podía entender, y hasta aplaudir, que se organizaran de forma paralela algunas celebraciones irreverentes.
En la actualidad las cosas han cambiado mucho. Vivimos en democracia y aunque haya pocos demócratas entre nosotros y muchas de las propuestas que se hacen para mejorar nuestra calidad democrática van claramente en sentido contrario, porque quienes proponen esos cambios son de índole dictatorial, en este terreno es obvio que actualmente las celebraciones de la Semana Santa se corresponden con el deseo mayoritario de los españoles.
Ya no hay esa obligatoriedad de antaño, las televisiones emiten lo que quieren y en los cines se proyectan todo tipo de películas.
Organizar en estas condiciones una procesión irreverente es una broma de mal gusto e incluso algo peor: una ofensa gratuita a quienes no hacen ningún daño a nadie por tener determinadas creencias.
Conviene dejar sentados los pormenores, porque algunos van a la caza de excusas para dar rienda suelta a su odio.
Este sentimiento tan negativo y pernicioso, que antes se procuraba esconder, anda libre en nuestro mundo de hoy. El truco del que se sirven quienes lo muestran consiste en relatar una larga serie de injusticias, habituales en nuestro mundo desde la más remota antigüedad, y señalar unos supuestos culpables. Se presentan como si fueran a solucionar esas injusticias, obviando que ningún sistema, ni ninguna persona lo ha conseguido antes.
También callan que el principal motivo por el que se dan tantas injusticias es el odio imperante en nuestra sociedad. Odio que ellos, al contrario de lo que hacen otros, no esconden. Pero ese odio, oculto o mostrado, es el principal causante. Así que mal pueden arreglar algo de lo que son la causa.
Uno de los requisitos para arreglar el mundo es el respeto al prójimo.

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