sábado, 12 de marzo de 2016

UGT, a la deriva

Lo que empieza mal no puede acabar bien. Para que los sindicatos funcionen como es debido deberían vivir de las cuotas de sus afiliados. Si ocurriera así, tendrían que funcionar de forma impecable, para que los trabajadores confiaran en ellos y siguieran pagando sus cuotas.
Sin embargo, dependen fundamentalmente de las subvenciones, con lo cual la importancia del afiliado en el sindicato es mínima. Al no ser necesario no se le tiene en cuenta, sino que se le dan instrucciones y se le ordena lo que tiene que hacer. Se produce la lucha por el poder en su interior y los más maniobreros tienen ventaja sobre los más nobles.
Por ejemplo, para afiliarse en el Reino de Valencia, hay que dar por buena la denominación País Valenciano y el uso del catalán. ¿Qué tiene que ver todo esto con la lucha sindical? Pues nada, obviamente, pero se toma o se deja.
Quizá sean estas cosas las que proporcionan las subvenciones más jugosas. Unos partidos las dan y otros las mantienen, para no despertar las iras de los cabecillas sindicales.
Hay sindicalistas que dedican su vida a perseguir a Franco, pero empezaron esta tarea cuando murió. Lo de organizar el sindicato bien, lo de ilusionar a los trabajadores y convencerlos para que se afilien es menos importante.
Podría aceptarse que se les dieran subvenciones, sin con las cuotas no les alcanza, pero vinculándolas al número de afiliados al corriente en los pagos.
En este estado de cosas, tan alejado de lo que sería ideal, no resulta extraño que haya salido elegido un personaje que habla de cosas inexistentes, como es la catalanofobia (pronto habrá que decir también catalanofobio, por aquello de las ideas geniales de ciertos pájaros de cuenta).
La catalanofobia es un término inventado por personas sin escrúpulos, sin vergüenza y sin un átomo de bondad en su interior. Es posible que entre estos tipos desgraciados haya curas y monjas.

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