sábado, 4 de abril de 2020

Culpan al capitalismo salvaje


Cuando se emplean adjetivos innecesarios la opción de pensar que está hecho con mala intención es oportuna. Y este es concretamente el caso. Llamar salvaje al capitalismo es lo mismo que aplicarle el apelativo a una sandía. O a una caja de cartón.
Salvajes pueden ser las personas. Ahora mismo y desde hace algún tiempo hay una parejita, acostumbrada recetar escraches para otros, que tiene a unos guardias civiles, en condiciones penosas, vigilando su chalet. O sea, que todo es salvaje. Empezando por las continuas críticas a Amancio Ortega, un señor con un talento innegable, que ha sabido abrirse camino en un campo en el que hay mucha competencia. Ojalá hubiera más personas como Amancio Ortega en España y ninguna como Iglesias, cuya única aportación a la vida nacional es la siembra de odio.
Lo de ordenar escraches, o incitar a que se hagan y, por supuesto el hacerlos, es una salvajada criminal, indigna de seres humanos. Eso de poner a una señora en la diana por querer disponer de una vivienda de su propiedad es un gesto genuinamente malvado y sin relación alguna con la democracia. Tratar de imponerse al prójimo por la fuerza bruta, como hacen ellos y sus amigos del ilegítimo gobierno venezolano es salvaje.
Salvaje es tener a unos guardias civiles, trabajadores abnegados que por un sueldo mínimo arriesgan sus vidas por defender las de los demás, vigilando su chalet en condiciones precarias, y a los que a lo mejor ni quisiera saludan al entrar y salir de su mansión. Y, encima, luego darle abrazos a Otegui y a los camaradas de Otegui, a pesar de que ETA ha matado a tantos guardias civiles, y también a muchos españoles.
Salvaje es estar destruyendo tantos puestos de trabajo, que tardarán mucho en recuperarse, en el caso de que se recuperen.


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