Lo que ha dicho este singular personaje que antaño se atrevió a atribuirse la condición de cocinero, reservándole el papel de camarero a Felipe González, y ahora obedece sin chistar a José Luis Rodríguez Zapatero, es que los políticos catalanes deberían hacérselo mirar. ¿Y él, qué?
Alfonso Guerra fue un personaje muy importante en la Transición, de la que se destaca aquel espíritu de consenso que había. Fue falso. En aquellas circunstancias incluso alguien tan aparentemente radical como ZP hubiera sido capaz de consensuar algo. Ese supuesto espíritu de consenso, que no era más que un superficial reconocimiento de la realidad de las cosas (quien sí que parecía tener un conocimiento más profundo de la situación era Adolfo Suárez), escondía el talante soberbio y sectario de la mayoría. Todos se creían más puros demócratas que nadie, estaban embebidos en la importancia de su labor, y se tenían por virtuosos en el arte de la política. Faltos de humildad y prudencia, y en su empeño de que todos tuvieran voz, dieron preponderancia excesiva a los nacionalistas y consideraron presos políticos a los etarras encarcelados.
Nadie reconoce ahora que se le fue la mano, pero como consecuencia todo aquello tenemos ahora que hasta los socialistas se han pasado al nacionalismo. Por supuesto que no va a ser Zapatero quien le explique a Montilla que no se puede ser nacionalista y socialista al mismo tiempo. A Zapatero que no le vayan con romances, pues lo que le interesan son los votos. Por cierto, en la carta de Montilla que ha motivado tantos comentarios, se dice que hasta los curas hacen piña con él en esta cuestión. El catolicismo y el nacionalismo tampoco son compatibles, pero los curas siempre saben lo que les conviene. Y cuanta más graduación tienen más lo saben.
En lo que respecta a Alfonso Guerra, y en el caso de que tuviera que votar acerca del Estatuto de Cataluña, lo que cabe esperar es que votara lo que le mandaran. Concretamente, que siguiera las instrucciones de José Luis Rodríguez Zapatero.
Alfonso Guerra fue un personaje muy importante en la Transición, de la que se destaca aquel espíritu de consenso que había. Fue falso. En aquellas circunstancias incluso alguien tan aparentemente radical como ZP hubiera sido capaz de consensuar algo. Ese supuesto espíritu de consenso, que no era más que un superficial reconocimiento de la realidad de las cosas (quien sí que parecía tener un conocimiento más profundo de la situación era Adolfo Suárez), escondía el talante soberbio y sectario de la mayoría. Todos se creían más puros demócratas que nadie, estaban embebidos en la importancia de su labor, y se tenían por virtuosos en el arte de la política. Faltos de humildad y prudencia, y en su empeño de que todos tuvieran voz, dieron preponderancia excesiva a los nacionalistas y consideraron presos políticos a los etarras encarcelados.
Nadie reconoce ahora que se le fue la mano, pero como consecuencia todo aquello tenemos ahora que hasta los socialistas se han pasado al nacionalismo. Por supuesto que no va a ser Zapatero quien le explique a Montilla que no se puede ser nacionalista y socialista al mismo tiempo. A Zapatero que no le vayan con romances, pues lo que le interesan son los votos. Por cierto, en la carta de Montilla que ha motivado tantos comentarios, se dice que hasta los curas hacen piña con él en esta cuestión. El catolicismo y el nacionalismo tampoco son compatibles, pero los curas siempre saben lo que les conviene. Y cuanta más graduación tienen más lo saben.
En lo que respecta a Alfonso Guerra, y en el caso de que tuviera que votar acerca del Estatuto de Cataluña, lo que cabe esperar es que votara lo que le mandaran. Concretamente, que siguiera las instrucciones de José Luis Rodríguez Zapatero.
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