Quizá a causa de la conjunción planetaria esté surtiendo ya sus efectos. Cabe la posibilidad de que el influjo benéfico de Zapatero se esté expandiendo por el mundo y esa sea la causa de que hoy haya leído dos artículos en los que se habla de Albert Camus. Uno está en el diario Información y lo firma Ricardo Menéndez Salmón y el otro en el ABC y va a cargo de Ignacio Camacho.
Albert Camus es un personaje, no ya un escritor, al que admiro. No es uno de esos que al estilo de hoy en día primero escogen la conclusión a la que quieren llegar y luego buscan los argumentos que lo prueben de forma incontestable. Así, por ejemplo, los catalanistas. Encuentran algo que les conviene y luego lo rellenan hasta los bordes de razonamientos que creen geniales e irrebatibles. Y no les importa pasar por encima de, pongamos por caso, los sentimientos de los valencianos, su derecho a poner las normas que quieran a su idioma, sus propias expectativas.
Albert Camus siempre lo hacía al revés. Primero la investigación y luego las conclusiones. Para él eran muy importantes las personas. No podía esperarse que entrara como un elefante en una cacharrería. Muy lejos de él estaban los dogmatismos ni las ideas establecidas a priori, ni por supuesto era proclive a dejarse seducir por las ideas que le convinieran.
Por descontado que no tenía nada que ver con esos dueños de verdades absolutas que, convencidos de la bondad de sus propósitos dilapidan los caudales públicos sin tener en cuenta, porque obedecen designios superiores, la penuria y la angustia de gran cantidad de personas. No sé si será su mejor libro, pero sí es el más me llegó al alma, se trata de El primer hombre, en el que su protagonista Jacques Cormery es trasunto suyo.
Albert Camus es un personaje, no ya un escritor, al que admiro. No es uno de esos que al estilo de hoy en día primero escogen la conclusión a la que quieren llegar y luego buscan los argumentos que lo prueben de forma incontestable. Así, por ejemplo, los catalanistas. Encuentran algo que les conviene y luego lo rellenan hasta los bordes de razonamientos que creen geniales e irrebatibles. Y no les importa pasar por encima de, pongamos por caso, los sentimientos de los valencianos, su derecho a poner las normas que quieran a su idioma, sus propias expectativas.
Albert Camus siempre lo hacía al revés. Primero la investigación y luego las conclusiones. Para él eran muy importantes las personas. No podía esperarse que entrara como un elefante en una cacharrería. Muy lejos de él estaban los dogmatismos ni las ideas establecidas a priori, ni por supuesto era proclive a dejarse seducir por las ideas que le convinieran.
Por descontado que no tenía nada que ver con esos dueños de verdades absolutas que, convencidos de la bondad de sus propósitos dilapidan los caudales públicos sin tener en cuenta, porque obedecen designios superiores, la penuria y la angustia de gran cantidad de personas. No sé si será su mejor libro, pero sí es el más me llegó al alma, se trata de El primer hombre, en el que su protagonista Jacques Cormery es trasunto suyo.
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