Hubo ayer una rueda de prensa, en Valencia, de la que ya han informado los medios, para dar cuenta de la situación actual en el caso Carrascosa y de paso rogar la asistencia a la manifestación que tendrá lugar el próximo día 24 y que comenzará a las 12, frente al ayuntamiento de Valencia.
Excepto Joaquín José, ya habían dicho todos sus discursos y estaba todo meridianamente claro, cuando él tomó la palabra. Era difícil añadir algo más. Pero él tenía algo que decir: “Es que la situación que vive María José la he vivido yo”. “Yo he visto la situación desde detrás de las rejas y ahora la veo desde fuera”. Se le notaba que estaba haciendo suyo el sufrimiento ajeno. Y trataba de convencer a todos lo importante que es acudir a la manifestación y hacerle llegar a María José Carrascosa todo el calor humano del que seamos capaces. Lanzaba su semilla, de modo apasionado, aun sabiendo que en campos yermos (como demostró ser, en el turno de preguntas, cierta insidiosa periodista, cuyo reportaje ha sido el peor de todos ya hasta puede calificarse como ridículo) no puede arraigar. Afortunadamente, la gran mayoría supo estar a la altura.
Llegados a este punto conviene pensar en el juez que lo condenó a muerte. ¿No tuvo la suficiente penetración psicológica para darse cuenta de que no podía ser culpable? ¿Qué puede pasar por la mente de un juez que presiente que ha tenido que fallar algo en el juicio y que, no obstante, una vez terminado no tiene más remedio que firmar la sentencia de muerte? ¿Qué tipo de justicia es esa que con pruebas endebles, no ya las que habría para condenar a De Juana o Azpiazu, manda a una persona al otro mundo? Lo ocurrido con Joaquín José debería ser suficiente para suprimir la pena de muerte. Pero aún cabe otra pregunta: ¿Qué tipo de justicia es esa que permite condenar a 14 años a una abnegada madre? ¿Es delito la abnegación? ¿Qué justicia es esa que pisotea a la de otro país democrático?
Excepto Joaquín José, ya habían dicho todos sus discursos y estaba todo meridianamente claro, cuando él tomó la palabra. Era difícil añadir algo más. Pero él tenía algo que decir: “Es que la situación que vive María José la he vivido yo”. “Yo he visto la situación desde detrás de las rejas y ahora la veo desde fuera”. Se le notaba que estaba haciendo suyo el sufrimiento ajeno. Y trataba de convencer a todos lo importante que es acudir a la manifestación y hacerle llegar a María José Carrascosa todo el calor humano del que seamos capaces. Lanzaba su semilla, de modo apasionado, aun sabiendo que en campos yermos (como demostró ser, en el turno de preguntas, cierta insidiosa periodista, cuyo reportaje ha sido el peor de todos ya hasta puede calificarse como ridículo) no puede arraigar. Afortunadamente, la gran mayoría supo estar a la altura.
Llegados a este punto conviene pensar en el juez que lo condenó a muerte. ¿No tuvo la suficiente penetración psicológica para darse cuenta de que no podía ser culpable? ¿Qué puede pasar por la mente de un juez que presiente que ha tenido que fallar algo en el juicio y que, no obstante, una vez terminado no tiene más remedio que firmar la sentencia de muerte? ¿Qué tipo de justicia es esa que con pruebas endebles, no ya las que habría para condenar a De Juana o Azpiazu, manda a una persona al otro mundo? Lo ocurrido con Joaquín José debería ser suficiente para suprimir la pena de muerte. Pero aún cabe otra pregunta: ¿Qué tipo de justicia es esa que permite condenar a 14 años a una abnegada madre? ¿Es delito la abnegación? ¿Qué justicia es esa que pisotea a la de otro país democrático?
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