sábado, 6 de junio de 2015

Barcelona y Colau

Vi a unos cuantos catalanes exteriorizando su alegría porque Alberto Fabra y Rita Barberá, pese a haber sido los más votados, no repetirán en sus cargos.
Eso es ver la paja y no la viga. El esperpento que tienen en casa no lo mejora nadie. La enfermiza burguesía catalana, que tanto partido le ha sacado a lo largo de los tiempos a su habilidad con el lloriqueo, se ha dado cuenta de que ha llegado al final del camino. Durante el trayecto se ha comportado como esos suicidas que quieren arrastrar a los demás con ellos.
Cataluña podría haber sido la región más próspera y avanzada de Europa, pero para eso necesitaba tener una mentalidad avispada y agradecida y no esa que celebra derrotas y siembra resentimiento. Ese trayecto, quebrado y sin salida, resulta frustrante para todos, para los que admiraban a Cataluña y para los catalanes. Aquella admiración se demostró que no estaba basada en hechos reales, sino que se debía a motivos ficticios, de modo que se terminó. La burguesía catalana ha visto que su invento, CiU, no sirve. Como consecuencia se ha tirado al barranco, es decir, ha votado a Colau. Esta señora ha dicho que desobedecerá las leyes injustas. Esto es propio de la confusión que reina en Cataluña.
En Cataluña se desobedecen unas leyes y no pasa nada, y otras hay que cumplirlas a rajatabla. ¿Eso por qué? Porque hay un señor que sonríe como un tonto mientras unos maleducados pitan a un himno. Se ha difundido por allí la especie de que las leyes injustas no hay que cumplirlas, olvidando que el autor de la frase, Gandhi, vivía en un estado colonial cuando la dijo.
De modo que la próxima alcaldesa de Barcelona, si Dios no lo remedia, será profundamente antidemocrática. Como su predecesor. El nacionalismo y la democracia son incompatibles.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Colau probalemente alentó a la desobediencia pensando en Thoreau. Seguramente esa señora no se ha leído ni la portada de Walden o del Tratado sobre la desobediencia civil; de haberlo hecho, se habría dado cuenta que Thoreau era un antiestatista de libro, mientras que ella va a imponer su juicio moral a Barcelona desde el sillón de alcaldesa. Da escalofríos pensar que esa mujer no tiene la madurez intelectual como para deducir que lo que es injusto para ella, quizás podría ser totalmente justo para su vecino del quinto, por poner un ejemplo.