miércoles, 11 de enero de 2017

El único país decente

Todos los países del mundo tienen un pasado del que avergonzarse. Bueno, todos no. Hay uno que tiene un pasado glorioso y muchos de sus habitantes viven en éxtasis pensando en él.
Cualquiera habrá podido adivinar que se trata de Cataluña, aunque quienes creen esto prefieren escribir Catalunya. Todos los que han preferido informarse en lugar de creerse lo que les cuentan saben perfectamente que ese pasado glorioso es ficticio, lo cual, si bien se mira, es una ventaja, porque permite añadir gestas y personajes sin tasa ni medida. Al final va a resultar que esa Catalunya suya es el origen del mundo. Y que todo formaba parte del Imperio Catalunyo. Santa Teresa de Ávila, Cristóbal Colón, Hernán Cortés, Miguel de Cervantes, Francisco Pizarro, Lope de Vega, Valle Inclán, Blas de Lezo, todos eran catalanes, según la particular mitología catalufa. Y si en la lista anterior hay alguno que no hayan incorporado a los hechos históricos catalufos, lo será; no hay que esperar un poco de tiempo para que algún cucurull caiga en la cuenta de que falta.
Hay que reconocer que eso de ser catalufo tiene ventajas. Un belga se pone a pensar en las atrocidades cometidas en sus colonias y ya no puede comer. Si un inglés rememora las fechorías cometidas por sus piratas, luego elevados a la calidad de sir, o los abusos en las colonias, ya no puede cenar. Un holandés que repase en los libros de historia la mortandad que causó uno de sus héroes nacionales en las Islas de Banda, por ejemplo, ya no puede comer ni cenar. Un español cada vez que oiga la palabra genocidio ha de sufrir un dolor de cabeza insoportable, que le impida comer, cenar y dormir.
En cambio un catalufo puede comer, cenar, dormir y soñar, porque todo lo suyo es sueño y sobre todo disfruta mucho incordiando a los demás con las cosas que sueña.

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