domingo, 22 de enero de 2017

San Sebastián, ¡oh!

La bella ciudad del norte de España es en la actualidad la capital europea de la indignidad. San Sebastián, quién te ha visto y quién te ve. Falta un monumento al menos en esa ciudad y en su día se pondrá. No cabe duda de ello.
Hubo un Sabino Arana, desquiciado el pobre, que sembró la semilla del odio en el País Vasco y esa semilla germinó en el ánimo de muchos.
Quienes el 23 de enero de 1995 mataron a Gregorio Ordóñez, no eran capaces de comprender, dada su brutalidad, que su espíritu vivirá siempre. Contra eso no pueden nada los malos. Lo mataron a traición, sirviéndose de la sorpresa y con abuso de superioridad. Ese gesto tan desalmado, tan cobarde y tan vil, es comprendido por muchos; por todos los que son desalmados, cobardes y viles. Lo hacían por motivos políticos, dicen, y se quedan tan panchos. Los atentados no salían en las páginas de sucesos, sino en las de política, alegan otros.
No sólo vive el espíritu de Goyo, sino que cada día se engrandece más. Y también vive Consuelo Ordóñez, el auténtico referente de los españoles de bien. Mientras viva ella y exista Covite la banda terrorista tiene imposible la victoria. Quienes anhelan la victoria de la banda tratan por todos los medios de anular o minimizar las actividades de Covite, un auténtico valladar contra el que se estrella toda la basura moral procedente del nacionalismo que emponzoña la vida pública española.
La teoría lo dice y la experiencia lo demuestra que de los nacionalistas no cabe esperar más que odio y ese odio ha posibilitado el nacimiento de varias bandas terroristas en España. Pero el mal siempre sale perdiendo. Y entonces levantarán en San Sebatián un monumento a los hermanos Gregorio y Consuelo Ordóñez, los dos que más han luchado por su dignidad, junto con los Pagaza.

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