viernes, 5 de mayo de 2017

Los vascos y las vascas no son demócratas

Lo de vascos y vascas viene dado por el lenguaje políticamente correcto propio de Memolandia, el país más antiguo del mundo.
Salvo raras y honrosas excepciones, gran parte de las cuales viven fuera del País Vasco (y cuando vuelven de visita se les encoje el alma de pena) los vascos no son demócratas. No lo son porque el País Vasco goza de privilegios sobre el resto de las Autonomías, lo cual, aunque esté consagrado por la Constitución, es injusto. Un demócrata no puede sentirse cómodo ante una injusticia. Los vascos, la mayoría de los vascos, no sólo se sienten cómodos ante esa injusticia, sino que aún reclaman más privilegios, y si los consiguen mediante la utilización espuria de ciertas ventajas que las circunstancias les ofrecen, lo hacen a cambio de renunciar a su condición de demócratas, cosa que no les importa demasiado, como se va viendo.
Esos vascos, dignos sucesores de ese orate llamado Sabino Arana, tampoco son demócratas por otro motivo. Un demócrata sabe que donde no impera la justicia no hay democracia. Para un demócrata es fundamental que funcione la justicia, porque si no es así no puede andar tranquilo por las calles, ni expresarse libremente, ni disentir del grupo dominante. Por tanto, un demócrata abomina de la impunidad y exige que el peso de la ley caiga sobre los delincuentes.
Ocurre que en el País Vasco los peores delincuentes, los que están en la grada más baja de la escala humana, las personas más viles y miserables, son homenajeados, aplaudidos y vitoreados. ¿De qué se pueden sentir orgullosos esos vascos? Buena parte de esos vascos tan desgraciados, cómplices voluntarios o involuntarios de esos tipos inmundos que son los etarras, van a misa y en los templos se encuentran con curas que son como ellos. Se conoce que eso los conforta. 

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