jueves, 6 de julio de 2017

Valencia es una selva

Caminaba esta mañana por la acera de la calle de El Bachiller, que en estos tiempos en que se quiere borrar del mapa a la tan valenciana che han rotulado como Batxiller, vaya cosa fea, un coche ha salido de su garaje de forma impetuosa y he tenido que dar un salto para que no me atropelle.
El bocinazo de aviso y la irrupción en la acera han sido instantáneos. El señor que iba detrás, muy cerquita de mí, ha tenido que saltar también. Nos habría roto alguna pierna a los dos si nos llega a pillar.
Una hora más tarde, aproximadamente, y después de haber visto a varios ciclistas por las diversas aceras por las que he transitado, unos a gran velocidad y otros circulando más despacio, iba por la calle de Almazora cuando dos ciclistas, hombre y mujer, de gran talla ambos y corpulentos, aunque no gordos, iban en paralelo hablando y circulando a buen ritmo no me han atropellado porque me he quitado de en medio, puesto que ellos ni me han visto.
Las aceras justificaban antaño a las ciudades, al hacerlas amables. Por las aceras se podía gozar del paseo, admirar las fachadas y las esculturas que embellecen algunos sitios, charlar amigablemente, etc. Todo eso ya se terminó, ahora el ánimo del que sale de casa ya no es el de saborear la ciudad, sino el de volver sano y salvo a casa.
No terminan ahí los males del viandante, sino que ha de ver que por encima de los rótulos de las calles, que quizá llevaban siglos, se han puesto otros, porque en estos tiempos en los hay un apogeo de los derechos, ha surgido una obligación, la de aprender cierta lengua que hablan cuatro gatos. Valencia está llena de carteles en eso que el lingüista catalán P.Batllori llamaba infecto e infame dialecto barceloní.
Creo que Ribó no tiene vergüenza.


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