domingo, 2 de septiembre de 2018

Colau y los lazos amarillos

Colau dice que quitar lazos amarillos es una agresión. Lo primero que se piensa al saber esto es que Colau es maligna, pero enseguida uno cae en la cuenta de que Colau sabe que ninguno de los que quitan lazos la vota a ella.
El siguiente pensamiento es a Colau no le importa que la tengan por tonta, por bicho o por lo que sea, lo que pretende es ganarse las simpatías de cierto sector.
También queda claro que, tras estas declaraciones, los votantes de Colau deberían sentir vergüenza, si la tuvieran. Obviamente, no la han tenido nunca. Para votar a un elemento así hay que estar muy mal. Esta es una de las debilidades de la democracia, que, a pesar de todo, sigue siendo el menos malo de los sistemas políticos.
Los votantes no se fijan bien a la hora de votar y sale Colau, sale Puig, sale Puigdemont, sale Baldoví que te vi, y hay que aceptar el resultado, porque sin democracia sería muy peor. En democracia nos hemos de acostumbrar a sufrir a Rahola, a Rufián, a Ribó, pero hay que tener en cuenta que peor sería tener que sufrir a Companys.
Poner lazos amarillos es una infamia, una guarrada. Y los hay que los llevan en la solapa y son recibidos por el presidente del gobierno de España, que con este gesto reconoce que no merece el cargo que ocupa, que está faltando el respeto a los españoles que le pagan su sueldo, aunque algunos pobres no se den cuenta de ello. Seguramente, Lucía Méndez es una de las que no se da.
Quitar lazos amarillos es un acto digno, es limpiar las ciudades de algo que apesta, que incita a odiar y a incumplir las leyes. Los lazos son signos de salvajismo, de incivilidad, de gamberrismo. Esos, los gamberros, son los que votan a Colau.

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