miércoles, 26 de septiembre de 2018

Escrito por Tsevan Rabtan

«Así que, tenemos a Espada, un tipo arrogante de cojones, alguien que tiene una opinión sobre sí mismo la hostia de elevada, que ha decidido no dar facilidades.».
Pero si lo comparamos con Cervantes, no el escritor sino el hombre, que llevó a cabo tantas hazañas heroicas, que se comportó siempre con nobleza y lealtad, el tal Espada se nos viene abajo estrepitosamente y se nos queda en nada. Pero no Espada, sino casi cualquiera.
A estas alturas de la historia, cuando sabemos que se han llevado a cabo tantas acciones grandiosas, que ha habido personajes que hay rayado a tal altura, resulta evidente que para tenérselo tan creído hay que empequeñecer mucho el campo de visión, porque en cuanto se ensanche un poco, sólo un poco, es suficiente para que aparezca ante la vista algún personaje cuya comparación con él nos convierte a la inmensa mayoría en insignificantes.
Estas consideraciones llevan a la conclusión de que la humildad y la modestia son unas virtudes necesarias y que quien hace uso de ellas demuestra tener los pies en la tierra y una mirada que trata de ver más allá del horizonte.
Pero la cuestión no es que Espada se crea tan grande, sino que Tsevan Rabtan lo haya escrito como si eso fuera normal. Pero no sólo este reconocido jurista y escritor, sino que también hay doctores en filosofía, con un amplio historial académico y literario en su haber, y afamados y afamadas columnistas que también piensan lo mismo y lo aplauden con entusiasmo.
Tampoco es el único con tan alto concepto de sí mismo, son abundantes los que demuestran la misma afición. Y muchas veces no se sabe si es que ponen la luz corta para no ver más que lo que les conviene o lo suyo es pose, porque se han dado cuenta de que a las masas les enardece la ficción, porque temen a la verdad.

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