jueves, 14 de mayo de 2015

El caso Recarte

No hay más ciego que el que no quiere ver y en España son muchos los que sólo quieren ver la versión oficial del sitio en el que pacen o se esparcen.
Consuelo Ordóñez, a la que he saludado hoy, puede sacrificar su tiempo y sus noches, puede desgañitarse, puede recurrir a la heroica -y nunca cesará de hacer estas cosas-, pero su discurso queda fuera del ámbito de lo que la gente quiere ver. Defiende la dignidad de todos en un lugar en el que muchos no les importa su dignidad.
Pero le hacen una entrevista a Recarte, al etarra Recarte (¿cómo puede dejar de ser etarra quien ha matado en nombre de ETA?), y muchos dirán: ¿Ves tú? ¡El pobre chico fue arrastrado al mal y no sabía lo que hacía! Hay que recuperarlo para la sociedad.
O sea, Consuelo Ordóñez molesta, pero a Iñaki Recarte hay que recuperarlo. ¿Aún vas con eso, Consuelo?, le dijeron en Facebook. Lo que queréis es venganza, remachó el fulano.
Iñaki Recarte no recuerda los nombres de sus víctimas. Consuelo Ordóñez pone placas en donde fueron asesinadas, para que no se olvide el nombre de las víctimas. Los primeros que olvidan sus nombres son sus asesinos, y hay desalmados que retiran las placas, porque quieren rematar a las víctimas condenándolas al olvido.
Iñaki Recarte se ha perdonado a sí mismo. Claro, ¿si no se perdona él, quién lo va a hacer? Dice que si no fuera por eso no podría vivir. Así es fácil. Primero reconoce que ha hecho mal. Luego se perdona. Y finalmente olvida los nombres de sus víctimas. Para qué recordarlas, ¿verdad? No podría vivir si lo hiciera. Y si estuvieran las placas en los lugares de los asesinatos tampoco podría pasar por esos sitios.
Pero las placas no sólo perturban a los etarras. También incomodan a los mierdas. Por eso las quitan.

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