jueves, 16 de febrero de 2017

El hemiciclo, como gallera

Fue Felipe González el primero en participar en los debates parlamentarios como si fueran mítines. Contaba con un partido muy disciplinado y obediente, lo cual no era el caso de Adolfo Suárez, al que traicionaron casi todos.
El Parlamento debería ser el lugar en el que trataran de convencerse unos a otros sobre la bondad de las respectivas propuestas, pero la configuración del sistema español permite que se utilice de forma espuria. Eso no ocurriría si triunfase la propuesta llamada diputado de distrito. Debería triunfar, porque el estado actual de las cosas ha permitido, quizá sin remedio por algún tiempo, que el hemiciclo se convierta en una gallera en la que unos despabilados, el coletas, el Rufián (a éste hay que llamarlo por su apellido), etc., en lugar de hacer propuestas y explicarlas, traten de provocar, con un estilo que cualquier macarra podría hacer suyo.
Por lo menos, Felipe González guardaba las formas y daba apariencia de discurso a lo que decía, aunque el noventa por ciento fuera espuma. Tenía el arte de decir con cien palabras lo que se podía decir con diez. Mi amigo Enrique Arias Vega, al contrario que yo, tiene una buena opinión de Felipe González, aunque no llega, ni mucho menos, a la risible de Luis María Anson.
Algunos parlamentarios cuyos partidos, al menos, tienen vocación democrática, saben torear a estos gallitos que hacen de la provocación su forma de vida, recordando al personal que en política todo absurdo es posible, pero hay otros, quizá menos capacitados, que pueden caer en la trampa y responder a ella.  En estos casos el que gana es el trol.
Algunos dirán que el pueblo español tiene lo que se merece. Ha votado masivamente a partidos que no deberían ser legales, porque sus políticas siempre serán nocivas para los ciudadanos, pero quienes diseñaron el sistema debieron tener presentes las pulsiones autodestructivas, de las que ninguna nación está exenta.

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