La civilización no sobreviene por sí misma, de forma natural. Hay que conquistarla con esfuerzo y dedicación, sin olvidar que siempre hay fuerzas involutivas. Los nacionalismos con que contamos actualmente en España trabajan en esa dirección. Quienes diseñaron nuestra democracia les otorgaron más poder del moralmente les corresponde, y ellos lo utilizan todo y aún más.
Lo propio de los nacionalistas es presionar, controlar, vigilar, arrogarse el derecho a decir quién es buen ciudadano. En este sentido, Santiago Espot, presidente de Catalunya Acció, presume de haber presentado 3000 denuncias lingüísticas durante 2009. Vienen a ser más de ocho diarias. Un entretenimiento como cualquier otro. En tiempo de crisis, cuando se vende mucho menos que antes, una denuncia de estas viene a ser un contratiempo grande. El número de denuncias es importante, porque demuestra la acogida que tiene la ley. Viene a señalar que muchos la habrán cumplido a regañadientes, y sobre todo sabiendo cómo las gastan los nacionalistas.
El tal Santiago Espot hace del vicio de chivarse, que promueve el propio José Montilla, virtud, al recalcar que la suya es una organización no subvencionada, porque otras organizaciones que podría haberlo hecho se han abstenido por si perdían la subvención por ello. Es decir, el miedo se impone. Miedo a la denuncia, temor a perder la subvención, espanto al sospechar que un posible cliente pueda ser un chivato. Si en lugar de saludar a quien entra en la tienda en catalán, como exige Jordi Pujol, se hace en castellano, ¿qué serie de desgracias puede ocurrirle a la tienda? A los nacionalistas esto les parece correcto, incluso pueden tildar de antidemocráticas las protestas sobre el particular. Los nacionalistas tienen una “verdad” que imponer al mundo, una misión que cumplir, una meta por cuya consecución merece la pena convertirse en chivatos, ofender a quienes se les opongan.
Lo propio de los nacionalistas es presionar, controlar, vigilar, arrogarse el derecho a decir quién es buen ciudadano. En este sentido, Santiago Espot, presidente de Catalunya Acció, presume de haber presentado 3000 denuncias lingüísticas durante 2009. Vienen a ser más de ocho diarias. Un entretenimiento como cualquier otro. En tiempo de crisis, cuando se vende mucho menos que antes, una denuncia de estas viene a ser un contratiempo grande. El número de denuncias es importante, porque demuestra la acogida que tiene la ley. Viene a señalar que muchos la habrán cumplido a regañadientes, y sobre todo sabiendo cómo las gastan los nacionalistas.
El tal Santiago Espot hace del vicio de chivarse, que promueve el propio José Montilla, virtud, al recalcar que la suya es una organización no subvencionada, porque otras organizaciones que podría haberlo hecho se han abstenido por si perdían la subvención por ello. Es decir, el miedo se impone. Miedo a la denuncia, temor a perder la subvención, espanto al sospechar que un posible cliente pueda ser un chivato. Si en lugar de saludar a quien entra en la tienda en catalán, como exige Jordi Pujol, se hace en castellano, ¿qué serie de desgracias puede ocurrirle a la tienda? A los nacionalistas esto les parece correcto, incluso pueden tildar de antidemocráticas las protestas sobre el particular. Los nacionalistas tienen una “verdad” que imponer al mundo, una misión que cumplir, una meta por cuya consecución merece la pena convertirse en chivatos, ofender a quienes se les opongan.
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