Tras sufrir aquel, como todos los de ETA, infame atentado, María Jesús González e Irene Villa fueron ingresadas en centros hospitalarios distintos. Muy pronto, fueron puestas en contacto por una cadena de televisión y ambas se sonreían una a la otra, como si sólo hubieran dado un resbalón en la calle.
Tuvo que darse cuenta ETA en ese momento, y con la banda quienes recogen los frutos del árbol vareado, que hay cosas que las bombas no pueden atacar. Una persona es algo más que un pedazo de carne semoviente. Y ese algo más que en ellos, los terroristas y quienes les alientan o comprenden, es fácilmente corruptible, en otros no se deja penetrar por la vileza. A partir de ese momento el terror ya no pudo tener otra finalidad que la de matar todo lo que pudiera, mientras pudiera, pues era ya evidente que no podían ganar la batalla, para el caso de que lo hubieran pensado alguna vez.
Un presumido columnista de un medio importante escribió entonces que las ya admiradas entonces por casi todo el mundo, María Jesús González e Irene Villa, eran dos mujeres mediocres que habían alcanzado la celebridad por culpa de la odiosa ETA. Cada uno entiende la mediocridad como le conviene. Me parece a mí que la entereza que desde entonces, Irene era muy jovencita, han demostrado las dos mujeres no está al alcance de cualquiera. Dudo que el tal columnista tenga tanta. Las dos han demostrado ser excepcionales en muchos aspectos.
Irene Villa también es columnista ahora, y en sus columnas siempre sale a relucir esa admirablemente terca voluntad suya de no aceptar el camino del mal bajo ningún concepto. Supongo que para las fuerzas del orden encargadas de combatir el terrorismo y para todos aquellos que viven bajo la amenaza de ETA, Irene Villa debe de ser como un símbolo que les da fuerza, como una luz que les guía el camino. Creo que los españoles le debemos mucho.
Tuvo que darse cuenta ETA en ese momento, y con la banda quienes recogen los frutos del árbol vareado, que hay cosas que las bombas no pueden atacar. Una persona es algo más que un pedazo de carne semoviente. Y ese algo más que en ellos, los terroristas y quienes les alientan o comprenden, es fácilmente corruptible, en otros no se deja penetrar por la vileza. A partir de ese momento el terror ya no pudo tener otra finalidad que la de matar todo lo que pudiera, mientras pudiera, pues era ya evidente que no podían ganar la batalla, para el caso de que lo hubieran pensado alguna vez.
Un presumido columnista de un medio importante escribió entonces que las ya admiradas entonces por casi todo el mundo, María Jesús González e Irene Villa, eran dos mujeres mediocres que habían alcanzado la celebridad por culpa de la odiosa ETA. Cada uno entiende la mediocridad como le conviene. Me parece a mí que la entereza que desde entonces, Irene era muy jovencita, han demostrado las dos mujeres no está al alcance de cualquiera. Dudo que el tal columnista tenga tanta. Las dos han demostrado ser excepcionales en muchos aspectos.
Irene Villa también es columnista ahora, y en sus columnas siempre sale a relucir esa admirablemente terca voluntad suya de no aceptar el camino del mal bajo ningún concepto. Supongo que para las fuerzas del orden encargadas de combatir el terrorismo y para todos aquellos que viven bajo la amenaza de ETA, Irene Villa debe de ser como un símbolo que les da fuerza, como una luz que les guía el camino. Creo que los españoles le debemos mucho.
1 comentario:
Yo la admiro mucho. A ella y a su madre.
Su cmportamento es un ejemplo a seguir.
No has dicho quien es el columnista mediocre y mejor así. Las mediocridades no tienen cabida ni para mencionarlas.
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