viernes, 18 de febrero de 2011

Gibraltar, chirría

En estos tiempos que corren, en los que las cosas han dado un vuelco tremendo, la prepotencia, en lo que a las relaciones internacionales se refiere, loa prepotencia cada vez es más inoperante y, perdida su eficacia, sólo queda a la vista su fealdad. El hecho de que las grandes potencias ya no se sienten invulnerables se adivina en la pérdida de libertades a causa de las medidas antiterroristas.
Toda la política de las potencias mundiales con el mundo musulmán, que consiste en apoyar a sus sangrientas dictaduras, se va a trastocar en un abrir y cerrar de ojos. ¿Y luego qué? Tanto egoísmo, tanto menosprecio a la razón, tanto desinterés por el sufrimiento de los musulmanes que vienen soportando, contra su voluntad, los desmanes que gobiernan sus países, puede acabar teniendo consecuencias indeseadas para todos.
Estas cosas las ve cualquiera que no pertenezca a la clase política, puesto que ésta desea mantener las cosas tal cual están durante el máximo tiempo posible. He aquí pues que ahora el gobierno inglés insiste en derrochar el dinero de los impuestos de sus ciudadanos en hostigar y burlar al pueblo español apoderándose de sus aguas, concretamente de las que el gobierno de Gibraltar y el de la Gran Bretaña han decidido tomar. Gibraltar es una anomalía en el mundo civilizado, un pegote en la Unión Europea, un capricho británico, a todas luces, ilegal y extemporáneo. Estos británicos se sienten orgullos de su pasado, haciendo abstracción de todas las maldades que han hecho y Gibraltar es el último vestigio de sus glorias pasadas. No les da vergüenza. Claro que España también tiene culpa. Si la Junta de Andalucía, en lugar de procurarse el voto cautivo, hubiera fomentado el desarrollo de la región y alrededor de Gibraltar hubiera riqueza en lugar de pobreza, las cosas serían algo diferentes. Pero algo les escuece a los gibraltareños y a los británicos cuando ahora, precisamente ahora, se empeñan, de forma prepotente, en apoderarse de las aguas españolas.

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