jueves, 26 de diciembre de 2013

Potingues en el agua de Barcelona

No se puede evitar que alguien tenga independentistas para su pueblo o región. Quizá si algunos habitantes de Tordesillas fundaran un partido con la finalidad de conseguir la independencia, puesto que en el resto de España no se entienden algunas de sus costumbres es posible que tuviera que ser autorizado.
Lo que ocurre es que una cosa es tener determinadas pretensiones que, por muy insolidarias y egoístas que sean, habría que tener en cuenta y otra muy distinta que se acompañen dichas pretensiones de mentiras, tergiversaciones históricas, insultos al resto de españoles, desplantes, amenazas e incumplimientos de la legalidad vigente.
Y esto es lo que sucede en Cataluña en general y en Barcelona en particular. La casta política catalana es tan grotesca y está tan claramente al servicio de unos pocos, que debería generar rechazo incluso entre los más furibundos independentistas. Es el caso exactamente de Salvador Sostres. Pero no veo que haya muchos más.
Otros intelectuales catalanes más sensatos lo rechazan todo. El independentismo, los modales de la casta política catalana y las mentiras. Son pocos, no obstante.
¿Cómo es posible que los habitantes de una ciudad como Barcelona no reaccionen adecuadamente ante tanta insolvencia moral, ante unos modales tan pedestres? ¿Cómo es que personajes como Forcades, Mas o Junqueras puedan medrar en un mundo tan sofisticado como pretende ser el barcelonés?
Es como si una nube tóxica hubiera caído sobre Barcelona y hubiera vuelto tontos a los que cayeran en ella, o como si un mago hubiera vertido una sustancia en el agua que beben los habitantes de esa ciudad.
A mí no me gusta que me mientan, ni siquiera para complacerme. Considero que quien me miente me falta al respeto. Y creo que tengo derecho a exigir que los políticos que me representan cumplan las leyes y se muestren siempre de forma educada. Creo que si yo hubiera nacido en Cataluña lo tendría mal.

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