martes, 10 de diciembre de 2013

Un alemán en la costa alicantina

Imaginemos a un jubilado alemán al que le seduce la idea de trasladarse a vivir a la costa alicantina. El clima le sienta bien a su salud y le han explicado que la gente del lugar es muy amable y que en la proximidades del sitio en el que desea establecerse puede encontrar todo lo que necesita.
Echa mano a sus ahorros y compra la vivienda en España, porque Alicante forma parte de España. Si va a un restaurante, le atienden en alemán. En el supermercado, lo mismo. En la zona hay muchos alemanes, por lo que realmente no necesita aprender español. Si estuviera en activo y trabajara, o quisiera trabajar en España, no tendría más remedio que aprender español. No haría falta que se lo exigiera nadie, sino que él mismo se daría cuenta de que no podría ser de otro modo. Pero está jubilado y regularmente le llega su paga desde Alemania, que gasta en España. No necesita aprender español. Hay muchos extranjeros en estas condiciones que no aprenden nuestro idioma. Y a mí me parece muy bien. Hay que agradecerles que estén entre nosotros y se gasten aquí su dinero.
Pero la historia del héroe de hoy es otra. Hizo un esfuerzo y aprendió español para poder congeniar con los aborígenes y no sólo con sus compatriotas. La consistió en que cuando se dirigió a ellos en un español correctísimo, le contestaron airadamente, y no uno o dos, sino quince o veinte, y le conminaron a aprender catalán. No cabe duda de que Mas, Junqueras, Pujol, y otros como esos, estarán muy satisfechos si se enteran. Eso les conviene a ellos para poder seguir chupando del bote.
Las personas decentes, en cambio, se dan cuenta de los estragos que causa el nacionalismo. La gente que era amable se convierte en fanática.

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